jueves, 28 de marzo de 2019

La Noche


De madrugada me encamino hacia el aeropuerto. Cuando el taxi dobla por Sierra Bella el conductor, un hombre mayor, pierde por un segundo el control del vehículo al cabecear de sueño. Por lo que comienzo a hablarle. Del clima, de las últimas lluvias, hasta que doy con esa llave que abre las puertas de la nostalgia. Me responde que nació en la región del Bío-Bío, y el auto ya deja de zigzaguear, y por esa magia que tiene evocar comenzamos a retroceder en el tiempo.
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Fuimos 10 hermanos y una sola mujer. Y bueno, había que cocinar bastante para tantos, y como yo tenía cierta facilidad para cocinar le ayudaba a mi mamá haciendo pan.
En el campo, donde vivíamos, en la región del Bío-Bío, para los 2 de mayo se celebraba la Cruz de Mayo, que era una tradición que pasaban por tu casa cantando y tenías que tenerles alimentos a los vecinos, era como una especie de Hallowein de esos años.
Pero no me decidí a estudiar gastronomía, porque de joven me empezó a gustar la refrigeración. Y así llegué a los 18 años a hacer mi práctica a Santiago, a la CIC, que en esa época tenía el servicio técnico de los refrigeradores Fensa, Mademsa y otros.
Allí me dediqué a soldar por cuatro meses, hasta que me suspendieron la práctica.
Pasé de la soldadura de aluminio, a la de cobre, luego a la de bronce y la de hierro, pero cuando llegué a la soldadura al arco, la máscara me incomodaba, no era como las de ahora, me pesaba y me sentía incómodo, así es que no la usaba, me ponía solo unos lentes. El supervisor de la CIC me sorprendió una vez y me advirtió que debía usar máscara. A la tercera vez que me descubrió soldando sin ella me suspendieron la práctica.
Pero lamentablemente eso no fue lo peor, el daño a mi vista ya me lo había hecho. Y durante los siguientes veinte años usé lentes oscuros así gruesos, si hasta la luz de una bicicleta me molestaba.
Con mi práctica suspendida me volví a la octava región, y en los Ángeles conseguí trabajo en un concesionario de un casino social que daba comidas y en las tardes se jugaban cartas. Mi trabajo era la calefacción. Tenía que cargar de leña la chimenea y mantener cuatro salones con temperatura adecuada.
En  las noches, cuando se ponían a jugar póker, tiraban una ficha a un platito metálico que había en la esquina de la mesa y esa era mi propina para que les repusiera el brasero que tenían bajo de las mesas. La ficha luego la cambiaba por dinero.
En el concesionario me puse a hacer de todo, a principio lavaba ollas, luego copero, y más tarde ayudante de cocina, barman, cocinero, garzón. Por tres años estuve ahí ganando experiencia, hasta que me decidí probar suerte nuevamente en Santiago.
Y llegué al casino del Círculo Español. Me empezó a ir bien y luego, empecé a administrarlo. En el verano me fui al balneario Las Rocas de Santo Domingo a otro casino donde conocí a la que sería mi esposa.
Ella ha sido una gran compañera. Era alemana y era fantástica para las masas. Así es que comenzamos a trabajar juntos y nos empezó a ir muy bien, llegamos a tener la administración de tres concesionarios en distintos clubs de Santiago.
Pero todo se nos vino abajo con los toques de queda para el golpe militar. Se acabó la vida nocturna y las salidas  a los clubs y bailes, tuve que declarar la quiebra de los tres locales y pagar a mis trabajadores la indemnización, y en esa época no había tope de años. Nos quedamos sin nada.
Empecé a buscar algún trabajito ocasional, y acá estoy, ya 35 años trabajando de taxista, nos casamos, tuvimos y criamos a nuestros hijos con este taxi.
Afortunadamente siempre he tenido buena salud, solo una alergia que me molesta un poco, pero bueno, espero vivir unos pocos años más aún. Pero sabe, he sido feliz, porque todo lo he hecho con cariño.
Todavía me soldo algunas cositas para mí, ya no me preocupan mis ojos, si total tengo 75 años ¿cuánto tiempo me quedará?

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Vamos llegando al aeropuerto, y mientras la ciudad sigue a oscuras, pienso que para don Manuel, la noche se ha convertido en un lugar tranquilo para pasar sus últimos años.