domingo, 5 de junio de 2016

Convento Viejo






1.               De cómo supe de Convento Viejo
Mi sentido de la orientación siempre ha sido pésimo, pero paradójicamente siento una gran atracción por los mapas.
Los siento parte de la magia de un viaje. Sino cómo explicar la fascinación que me produce el sólo apreciar las rutas de Marco Polo. ¡Uno se siente viajando junto al veneciano hacia el lejano y misterioso oriente en busca de seda y especias!

Y es  que los mapas nos reservan siempre una promesa: ¡descubrir un tesoro!
Bueno, eso aplica a los que los sepan interpretar claro está, pues en mi caso, tampoco los sé leer de manera correcta, pero debo reconocer que en el extravío hay también un descubrir.

Fue precisamente eso, el extravío, lo que me aconteció en mi viaje al Valle de Colchagua.
Por mi trabajo debía trasladarme unos días a dicha zona y visitar dos campos ubicados en las localidades de Chépica y El Huique, y para eso, sólo iba premunido de un mapa dibujado a mano.

Ya al cabo de un par de horas de viaje, decidí contrastar con la realidad mis decisiones de ruta y le consulté a un parroquiano cómo llegar al primero que había elegido de mis destinos: Chépica.

Me dio unas aparentemente simples instrucciones, que para mí siempre son complejas, pero que por otro lado, me ocasionan la oportunidad de volver buscar a otro buen samaritano que corrija mi andar, y si tengo suerte, a robarme una historia.

Al cabo de otra media hora llegaba a la plaza de Chépica. Me bajé victorioso unos minutos para estirar un poco las piernas antes de retomar mi periplo. Y cual arqueólogo que viaja a un pasado a través de los vestigios que encuentra, me puse a observar con detenimiento cómo había afectado a este lugar el último gran terremoto del  año 2010.

La iglesia, la municipalidad y el hogar de ancianos, esto es, tres de las cuatro construcciones que desembocan en su plaza, habían sido completamente reconstruidos. Así lo delataban sus barnizadas maderas y el sólido y ordenado ladrillo que los erigían.

No sucedía lo mismo con el cuarto componente que formaba el límite de la plaza.

Correspondía a una antigua casa colonial, construida de adobe, con una galería hacia la calle. Se encontraba en un muy mal estado, todo afirmado con cuerdas y maderas, donde el adobe mostraba sus humildes componentes.

Y desafiante a la gravedad y a nuevos movimientos telúricos, daba cuenta de un bello pasado en lo arquitectónico, un pasado que tal vez era importante para los vecinos mantener, pues si bien es cierto que la reconstrucción es fundamental para sacar adelante la vida de cualquier lugar, muchas veces al reconstruir se borra un pasado.

Por eso en cierta forma, este adobe a punto del derrumbe, equilibrado entre cuerdas y palos, era parte de ese no olvidar que los pueblos deben siempre tener.

Retomo mis pasos. Subo a mi escarabajo y comienzo a subir una pequeña loma.
En un  canal de regadío que corre en paralelo al camino se refrescaban unos lindos patos, unos metros más adelante, dos asnos se habían salido de un campo destinado al talaje. 
Seguí rodeando el cerro y ya al final del camino di con un portón, al distinguir el logo de mi empresa pude cantar victoria de no haber naufragado en este viaje.

Al cabo de un rato ya me encontraba instalado en un escritorio que habían  destinado para mí. Me preparé un café y comencé a pedir la documentación que revisaría. Mi trabajo se desarrolla en el campo de la auditoría de procesos productivos, y en esta oportunidad estaba asociada al área agrícola de viñedos.

Este trabajo siempre me ha gustado por su doble condición: viajar y conversar con gente de otros sitios. Es por eso que ya al almuerzo, y dejando de lado lo formal, busqué iniciar alguna conversación con los comensales.

Víctor es originario de Chépica y Claudio es de Talca, pero su vida laboral lo ha hecho trasladarse continuamente, pues antes de estar destinado a Chépica lo estuvo en los campos de Leyda, en la quinta región.

Les doy mis impresiones sobre los efectos del terremoto en la plaza del pueblo y ellos citan sus experiencias personales. Víctor incluso comparte una anécdota.

Para el último terremoto comenzó a correr el rumor que el embalse se había salido, así es que todos nos fuimos a los cerros. Llegaron muchas familias, incluso con el ataúd de una viejecita a la que estaban velando en la iglesia.

Los tres nos reímos de lo absurdo de la situación, pero lo hacíamos ahora, pues esa noche del 27 de febrero nadie se rió.

Recuerdo perfecto que estaba seguro que mi casa se caería, era imposible que adobe y madera de más de ochenta años resistieran tamaña fuerza que curvaba el piso impidiendo incluso permanecer en pie. Pero afortunadamente resistió.

Ahora, seis años después, la anécdota reviste esa parte lúdica y absurda que tienen todas nuestras desgracias naturales. Aunque había sí un aspecto de la historia que me intrigaba.

Una vez acontecido el último terremoto del 2010, en muchos pueblos costeros la gente se fue con lo puesto a los cerros para evitar los riesgos de un posible tsunami, que en muchos lugares sí ocurrió y dejó muchas muertes y pérdidas. Pero acá, a más de 100 kilómetros del mar, ¿por qué la gente corrió para los cerros?

—¿Arrancaron a los cerros por miedo a un embalse? —le pregunto a Víctor en medio de mi total ignorancia. 
—Sí, el rumor es que el terremoto había trizado el muro de contención, y que el agua llegaría a Chépica y Santa Cruz en pocos minutos.

Aun un tanto incrédulo, propio de mi profesión, me resisto a comprender el real miedo por un embalse.

—¿Cómo dices que se llama el embalse?
—Convento Viejo, está cerca de Chimbarongo.

Terminamos el almuerzo y regresamos al campo.

Un par de semanas después, ya de regreso en Santiago, a la hora del almuerzo relato la anécdota de la viejecita y el ataúd, y Michael, el auditor T.I de la empresa me precisa.

—Es cierto. En Santa Cruz también se rumoreó que la muralla del embalse se había trizado por el terremoto —me explica citando a sus padres que viven en la localidad de Santa Cruz, a unos 5 kilómetros de Chépica.
—¿Es un embalse muy grande? —le consulto mientras una idea comienza a forjarse en mi mente.
—¿Nunca lo has visto? Es el que riega los campos de la zona.

Termino mi almuerzo meditando mis siguientes pasos.

Una semana después me encontraba en Antofagasta, ciudad ubicada al norte del país, más precisamente en la segunda región. Mi trabajo ahora correspondía auditar el proceso productivo de una Planta elaboradora de gaseosas que estaba a unos trescientos metros del mar.

Una vez instalado, y mirando los buques que llegaban a puerto me vino nuevamente a la mente la imagen de gente corriendo a los cerros por miedo al embalse de Convento Viejo, por lo que comencé a buscar información en internet.

Y la agitación no tardó en llegar, tras de leer un par de páginas relativas al actual embalse, se me develaba la primera gran sorpresa: ¡el embalse se había construido en una zona donde antes había un pueblo que llevada dicho nombre!, y que ahora, yacía bajo más de 237 millones de metros cúbicos de agua.

Me quedé unos largos segundos conteniendo esa ansiedad que despierta en mí el dar con los primeros indicios de una investigación.

Seguí buscando información por internet para ver si daba con algo que me intrigaba, una idea que ya en el pasado me había cautivado cuando supe de otro pueblo sumergido bajos las aguas de un embalse en la cuarta región,  pero en dicha ocasión abordé el tema por la vía de la ficción, esta vez, quería dejarme llevar por la crónica.

Unos minutos después, la pantalla de mi computador me traía la emoción del día: un antiguo habitante del pueblo Convento Viejo había escrito un libro con los recuerdos de ese lugar. Habían publicadas en internet unas páginas de su libro. Me sumergí en ellas. Había también un correo electrónico del editor y sin pensarlo dos veces le escribí.

“Buenos días Carlos, 

Te escribo pues vi tu nombre en la edición del Libro "Convento Viejo en el Corazón" de Lautaro Rozas.

Yo soy un escritor de barrio (aunque no he lanzado ningún libro aun), esto es, escribo relatos en mi blog de mis viajes por trabajo. Y buscando información sobre el embalse Convento Viejo di con el libro en internet y me resultó fascinante (solo he leído unas pocas páginas), pero me gustaría poder conversar con el autor, principalmente motivado a oír de él sus recuerdos y bueno, todo lo que su experiencia me pueda dar. 

Como te digo, mi objetivo es solo el aprender e ir rescatando historias, por lo que sí es posible entrevistarlo algún día, mucho te agradecería me lo indiques por correo.

Yo vivo en Santiago pero me muevo por trabajo por todo Chile, por lo que me podría organizar para viajar a verlo y conversar.

Desde ya muchas gracias”

Y la respuesta no tardó en llegar:


“Hola Paulo,
Yo fui el Editor del libro de mi padre en el cual usé un sistema de auto publicación online en Estados Unidos y que funciona bastante mejor que contactarse con una editorial local.
Cuando viajes cerca de Chimbarongo sin duda mi padre no tendrá problemas en recibirte. Sus datos de contacto son:
Email: XXX
Teléfono de la casa: XXX
Celular: XXX
Saludos

Carlos


Emocionado con la posibilidad de hablar con un antiguo habitante de un pueblo sumergido por el agua, le escribí. Y del mismo modo que su hijo, su respuesta no tardó en llegar.

Don Paulo

“Con agrado he recibido los correos, tanto de mi hijo como el suyo.
Con gusto me gustaría conversar con Ud. para recordar lo que fue
un día la localidad de Convento Viejo.

Personalmente soy Profesor normalista retirado. Además este libro
es producto de conversaciones con los habitantes de Convento Viejo.
  
En realidad, mi especialidad en época de trabajo fue Ciencias
Naturales, donde, con los alumnos, presentamos muchos proyectos
de investigación a nivel escolar en Ferias Científicas, en el Museo
de Historia Natural de Santiago, en Rancagua, la feria organizada 
por la Universidad de Talca y en Concepción organizada por la
Universidad del Bíobío.

Por curiosidad me introduje en el mundo de las letras, con ocasión
de la erradicación de la localidad que hoy se denomina Embalse
Convento Viejo.

Cuando nos juntemos a conversar le regalaré un ejemplar.
Esperando ese día, lo saluda”

Lautaro Rozas Dinamarca.




2.               Don Lautaro, Profesor Normalista.

El escarabajo viene con problemas eléctricos desde hace unos meses, y sumado a eso, la piola del freno de mano se ha cortado, sumo también un par de pannes relativas a los soportes de los neumáticos donde en ocasiones pierdo por un par de segundos la dirección del auto, sin embargo, mis continuos viajes y la   disponibilidad del mecánico no han podido coincidir, y bueno, no hay caso, tengo que volver a recorrer unos 150 kilómetros hacia mi encuentro con Don Lautaro, a Chimbarongo, y lo hago con el mismo nerviosismo y entusiasmo que deviene la noche anterior al viaje.

Los primeros kilómetros de recorrido aun por carretera dan cuenta que el daño del vehículo se ha acrecentado en el último tiempo, mi principal problema es  eléctrico, pues, alternador y cables no me permiten andar con luces encendidas por mucho tiempo, y es requisito para transitar por las autopistas concesionadas, obviamente no las enciendo, so riesgo de una infracción.

Ya en la sexta región hago mis cálculos. La cita con don Lautaro es a las 15:30 de hoy sábado, y si me va bien, podría estar un par de horas, eso significa que probablemente me pille el oscurecer de regreso a casa, lo cual me complica, por lo que opto por hacer un alto en San Fernando y comprar una batería de reserva. Me dan las indicaciones y estaciono el auto en una calle cerrada por una feria libre. Camino hacia la tienda de los Hermanos Carrasco, esquivando los remates de saldos de frutas y verduras que los ferianos han comenzado ya a efectuar a estas horas de la tarde. Llego al negocio y le explico al vendedor mi problema y me dice que si el alternador está fallando una batería extra no me durará mucho como solución. Pese a su implacable realismo la compro igual, por lo menos estimo me podría servir para andar unos 40 minutos de oscuridad.

Ya de regreso a la carretera, cálculo que tengo tiempo para pasar a comer algo a un restaurant de la Plaza de Chimbarongo. Soy el único parroquiano, pido un pollo asado con arroz y una gaseosa. En la televisión el Mega da el Zorro con Banderas y la Zeta-Jones. La chica trae una panera y pebre. Aprovecho de verificar los apuntes de mi libreta de notas, junto al nombre de don Lautaro tengo anotado: “Escuela Normalista…el razonamiento y la observación en reemplazo de la memorización”.

Recuerdo que cuando recibí el correo de don Lautaro me intrigó que pusiera que era Profesor Normalista retirado. Digo, había allí un sentirse orgullo de su profesión pese a ya no ejercer, por lo que me dediqué a averiguar qué significaba ser un profesor normalista y me maravillé.

En el año 1842 se da inicio al sistema de educación primaria de origen francés, el cual se extendería hasta 1974, cuando Pinochet lo eliminó con un decreto ley.

Los profesores normalistas gozaban del mayor de los prestigios en cada pueblo o escuela que ejercieran. Eran educadores, formadores y  hasta guías de sus alumnos. Su formación duraba 6 años y se dividían en escuelas urbanas y rurales. De acuerdo a lo investigado, la escuela normal formaba “espíritus docentes más que profesores”. Y su metodología se basaba en el razonamiento y la observación. Y entre las asignaturas se podían distinguir: lectura, escritura, dogma y moral religiosa, agricultura, música vocal, correspondencia epistolar y elementos de cosmografía.

Pago la cuenta de mi almuerzo y salgo en busca de la calle donde vive don Lautaro. Otra feria me impide el paso, por lo que dejo estacionado el auto estimo a unos diez minutos de la casa de mi futuro entrevistado. Avanzo por entre caseritos y caseritas, un hombre con un frasco con salsa de ají en la mano se saborea, la que parece su esposa lo reta y le dice que le hará mal, “lo llevaré igual, si me quiero puro morir”, responde y paga por el medio litro de ají en salsa.

Mientras dejo atrás la feria, por los parlantes se empieza a escuchar a la Rocío Durcal.

En mi mano llevo una botella de vino, he creído necesario agradecer de entrada la extrema amabilidad de mi entrevistado, en recibir a un completo desconocido en su casa.

Llego hasta casi el final de la calle y un hombre de unos 70 años está en la calle mirándome. Cuando ya sólo un par de metros nos separa lo saludo.

—¿Don Lautaro?

—Sí, pensé que vendría en auto —me responde mientras extiende su mano y nos saludamos.

—Lo dejé atrás, es que no supe cómo llegar, la numeración me jugó una mala pasada.

Me hace pasar, le hago entrega del vino y veo que la chimenea está encendida. Dos cómodos sillones y una hermosa y repleta biblioteca con todo tipo de libros son el ambiente perfecto para propiciar nuestra conversación. Pienso, este será el lugar ideal para estar cómodamente recordando pero…estaba muy equivocado.

—Antes que nada, le agradezco sinceramente su amabilidad para recibirme. Podría decirme ¿cómo surge la idea de escribir el Libro “Convento Viejo en el Corazón”?  
—El origen del libro es sencillamente mi señora. Ella es nacida y criada en Convento Viejo, y me dijo, que en un momento todos los viejos íbamos a morir, y que en el futuro los jóvenes sólo hablarían del Embalse y no del pueblo que hubo antes allí. Y me pidió que escribiera el libro, entonces, comencé a entrevistarme con todos los antiguos habitantes del pueblo y con ello, construí el libro.

—Fascinante. O sea, usted arma su novela con los recuerdos de todos los habitantes.

—Sí, pero sólo dejé las historias buenas, omití las malas, mire que hubo homicidios, violaciones, esas preferí no ponerlas en el libro.

Me quedo pensando en eso unos segundos, en cómo los aspectos negativos se pueden borrar con sacarlos de los libros.

—¿Me podría decir cómo nace el pueblo Convento Viejo?

Don Lautaro se acomoda en su sillón y evoca.

—Allá por el año mil seiscientos y tanto, en el libro salen las fechas más precisas, se instaló un Convento Mercedario en dicha localidad, y la gente empezó a querer vivir cerca del convento pues éste aparte de evangelizar tenía ciertos servicios como hacer cementerios y enterraba a la gente.
Por otro lado, el Camino Real cruzaba la localidad por Convento Viejo y con ello generaba suficiente tránsito para realizar comercio. De esta forma con los años se formó un pueblo constituido por cuatro grandes fundos, los cuales daban trabajo a sus habitantes. En esa época les daban casas a sus inquilinos. Por lo que el pueblo tenía un auto abastecimiento.


—¿Cuándo surge la idea de hacer el embalse?
—La idea surge en el año 1945, aproximadamente, es que hay…mmm…me hubiera gustado hubiera venido en auto para ir a verlo y explicarle mejor…
—Sí vine en auto, lo tengo cerca, si quiere vamos luego y damos una vuelta…
—¡Vamos altiro mejor! —me responde entusiasmado don Lautaro.
—Pero hay que ir a buscarlo…
—Vamos caminando a buscarlo, si estoy acostumbrado a caminar…
—Vamos entonces.

Nos ponemos de pie. Don Lautaro camina hacia una habitación.

—¡Vieja!, vamos a salir a ver el Embalse.

Don Lautaro avanza entusiasmado hacia la puerta de calle. Y yo voy dejando atrás los cómodos sillones y la chimenea encendida. Y lo que creí sería una relajada charla sobre el pasado se transforma en una salida a terreno.

Quería el destino que yo experimentara lo que era una clase de un Profesor Normalista. Un lujo que ya no se pueden dar los alumnos de mí país.

Salimos a la calle encaminando nuestros pasos hacia el embalse y mientras comenzaba mi andar junto a don Lautaro, me preguntaba ¿cuál era su historia?


3.               Infancia.

Estamos en el año 1943 en el pueblo Los Rastrojos, ubicados entre El Tambo y San Vicente de Tagua-Tagua, en la sexta región del país. Nora Dinamarca acaba de dar a luz a su primer hijo, que se llamará Lautaro.

Sin embargo, Nora no podrá entregar su amor de madre como lo ha ansiado, complicaciones en el parto la tienen agonizando y al despuntar del segundo día de dar a luz, muere.

Don Segundo Rosas oficial de Carabineros, es ahora viudo, y debido a las continuas asignaciones de localidad, decide que los primeros años de su recién nacido hijo Lautaro, los pase junto a sus tías y abuelas. Mientras él se va a San Fernando.

De esta manera el pequeño Lautaro pasará sus primeros 8 años en la total libertad del campo. Al mando de la crianza de sus tías y abuelas, recibirá la mayor cantidad de amor de sus primeros años.

Tempranamente forja su espíritu explorador. Además su padre lo viene a ver sólo una vez al mes, a dejar dinero y ver cómo ha ido creciendo su único hijo.

En la Escuela mientras las niñas juegan a las rondas, el pequeño Lautaro juega con sus amigos a las bolitas, el trompo y el Palito Colón, que consistía en quien sacara el palo más largo debía salir a pillar a los demás, dejándolos prisionero. Pero cualquier compañero podría devolver la libertad al compañero cautivo si escapa al celador y llegaba donde estaba el privado de libertad.

A eso jugaban los niños, porque los adultos los hacían alrededor de una mesa, con naipes y dinero, apostando “al monte”.

El pequeño Lautaro cumple los 9 años y su padre lo viene a buscar. Se ha vuelto a casar y se lo lleva a San Fernando, en donde ha iniciado una nueva vida. Con su madrastra se llevará relativamente bien, pero lo que más extrañará serán sus  años de libertad, pues ahora está en la casa de su padre funcionario de Carabineros. Así es que las  salidas a la calle están prohibidas, pero el consuelo viene de los hermanos que comienzan a llegar. 

Con los años llegarán a ser ocho contando a Lautaro, quien es el mayor y se llevará muy bien con todos ellos, el destino querrá que todos se conviertan en profesores.

Vienen luego las reasignaciones de localidad a su padre Carabinero, y todos se mudan con él. Primero a Miraflores, localidad cercana al pueblo de Polonia en la sexta región, y luego en el año 1957 a Chimbarongo. Es en dicha localidad que terminará sus estudios de primaria, y por sus destacadas notas que lo hacen terminar en el primer lugar el sexto de primaria, sus profesores lo postulan para que ingrese a la prestigiosa Escuela Normal, por lo que en el año 1959 junto a otros 300 alumnos da el examen de admisión, quedando seleccionado junto a otros 30 jóvenes en la Escuela Normal de Curicó, ubicado en la séptima región, por lo que tendrá que separarse de su familia y comenzar los que serán los mejores años de su vida en el camino para convertirse en un Profesor Normalista.


4.               La Escuela Normal, los años maravillosos.

Corre el año 1959, y mientas recién comienzan las primeras transmisiones regulares de la televisión chilena (UCV TV), en la Escuela Normal de Curicó, bajo la modalidad de internado, el joven Lautaro comenzará a forjar los lazos de amistad que se perpetuarán para el resto de sus días, con compañeros con los cuales en el futuro se seguirá reuniendo, al extremo de tener un proyecto vacacional comunitario en el balneario de Iloca, el cual se extiende hasta éstos días.

La metodología de estudio de la Escuela Normal implicaban sacar en 4 años los 6 años de humanidades que se impartía en el resto de las escuelas, pues los dos restantes años eran para ramos profesionales, esto es, técnicas, metodologías y práctica docente supervisada por profesores guías.

—A los de primer año nos llamaban “Los Carneros”, y éramos las víctimas de las bromas de los de niveles superiores: las sabanitas cortas, los golpes con almohadas o capoteras, o el falso Doctor.

—¿Cuál era ese? —le pregunto entusiasmado.
—Un alumno de último año, se hacía pasar por Doctor, y nos iba haciendo pequeños diagnóstico, nos tomaba la presión, nos hacía sacar la lengua, toser, en fin, todo el engaño para hacernos creer que era realmente un médico. Luego, pedía una pequeña colaboración por el falso diagnóstico. El dinero después lo usaban para hacer alguna fiesta. Posteriormente, esas mismas bromas nosotros las realizábamos con los nuevos “Carneros”.

—¿Se recuerda de algún profesor con cariño?
—¡Por supuesto! Del Director, don Ernesto Castro Arellano (QEPD), un gran maestro, tenía ya cerca de 80 años cuando entré. Era como el papá de todos. Cuando estábamos jugando básquetbol, él nos iba a ver, y con sólo acercarse todos nos poníamos de pie y el juego se suspendía por unos segundos. Había un respeto único hacia él.

—¿Cuál fue su profesor cuando ingresó a la Escuela Normalista?
—Don Hugo Sanhueza Mardones (QEPD).
—¡Se recuerda de alguna anécdota con él?
—¡Sí! El primer día, nos dijo, “nosotros nos vamos a proponer un viaje a Punta Arenas, ¿cómo vamos a reunir el dinero?, de alguna manera lo vamos a hacer”. Y desde ese día, con la meta fija, comenzamos a trabajar en conseguirla.

Corre el año 1960, los letreros anuncian la Gran Velada en la Escuela Normal. Por todo Curicó se van encargando de pegar letreros anunciando las presentaciones de “Los Huasos Arrieros”, Los Soni, con Carlos Urquiza, y Hugo Caro “Aguilar” con sus canciones mexicanas. También estaba en la parrilla programática de la velada un pequeño alumno normalista  que había aprendido a tocar la guitarra sólo, Raúl Alarcón Rojas, que en el futuro conoceríamos como el genial Florcita Motuda.

—Cuando lo vi años después en televisión, cantando en el Festival de Viña, ¡no lo podía creer!, ¡ver a mi compañero cantando en ese escenario!


A falta de televisión, la gente acude en masa agotando las entradas a las veladas de la Escuela Normalista, el público se entusiasma con cada uno de los espectáculos que los mismos alumnos han montado. Y es que he allí otro aspecto propio de la formación normalista, todos aprendían a tocar algún instrumento y si tenían buena voz, el canto, y la actuación. Había un germen artístico en su formación que intuía era una manera más integral de llegar a sus futuros educandos.

—Armábamos un show de dos horas y la gente quería que siguiéramos.

Pero no solo a través de veladas generan los ingresos. Un profesor era dirigente del Club Luis Cruz, que jugaba el ascenso, y la concesión para la venta de bebidas, sándwich y tortas curicanas se las había dado a la Escuela Normal, así es que allí estaban los futuros maestros vendiendo sándwich y gaseosas entre las graderías de los fanáticos del futbol. Y sumando ingresos para la meta propuesta, la cual al cabo de muchas veladas, rifas y ventas se consiguió.


5.               El Viaje de Estudios

Hemos llegado a Puerto Montt, nos organizamos para recorrer lo más posibles en este par de días antes de embarcarnos a Punta Arenas. Recorremos los Saltos del Petrohue y el Lago Llanquihue. Un grupo de nosotros tiene la genial idea de arrendar un botecito y dárnosla de navegantes. Nuestro objetivo naval es llegar a la isla Margarita ubicada en medio del lago Llanquihue. Pero lo que comienza como la gran aventura, pronto se complica. Ha levantado viento y el hasta hace muy poco calmo lago presenta olas desconocidas para los que somos de más al norte.

Afortunadamente uno de nuestros compañeros, que viene de la zona costera de Constitución sabe de navegación, y nos da las instrucciones para lograr llegar a destino. Ya en isla Margarita nos reímos y celebramos esta fantástica aventura. Más tarde el profesor al enterarse de la hazaña se enfureció y nos quería mandar de regreso a Curicó, pero le pedimos nos perdonara. Lo hizo pero nos dejó advertidos de no seguir con estas travesuras.

Al día siguiente ya estábamos subiendo a nuestro buque, la motonave Osorno, perteneciente a la empresa Ferronave la cual ha visto una oportunidad de conectar por mar el extremo sur al haber sido rechazado por la División de Obras el proyecto del ferrocarril hasta General Carrera.

Y entonces con fecha 26 de diciembre hemos zarpado desde Puerto Montt y esperamos  llegar a  Punta Arenas justo para celebrar el año nuevo. La emoción de navegar por el Océano Pacífico nos embarga a todos. Salimos a cubierta a mirar el paisaje pero el vaivén de las olas hace zozobrar a todos que corremos hacia el baño a vomitar. Sólo él medico es capaz de mantenerse en cubierta sin sufrir los estragos.

Vamos cruzando el Golfo de Penas, zona llena de canales, que en el pasado eran navegados por los alacalufes, pueblo canoeros que el mismo hombre se encargó de exterminar.

Continuamos nuestra travesía al sur. Las olas que se levantan son de unos veinte metros, aun cuando es difícil precisar alturas en medio del océano. Nuestra embarcación sube y baja estas enormes paredes de agua. Estos son los paisajes que deben haber tenido los primeros navegantes que descubrieron el estrecho de Magallanes, y que con el tiempo se transformaría en una ruta de comercio que uniría dos océanos.

Es 31 de diciembre, el capitán nos ha hecho una invitación a la cena de año nuevo, pero nos ha pedido organicemos el show. Así es que sacamos nuevamente nuestras guitarras, elegimos las canciones, y armamos la velada de la Escuela Normal esta vez en alta mar, en el escenario más al sur que nos ha tocado presentarnos. El vino, la champagne y nuestra juventud, hacen que el día se extienda y pasados las doce de la noche aun es de día por éstas latitudes. Brindamos por el año que se ha ido, por los que vendrán, brindamos por éstos, los mejores años de nuestras vidas.

Ya en Punta Arenas nos quedamos en el hotel España, del cual a las pocas horas ya nos querían echar por la guerra de almohadas que montamos en las habitaciones comunes. Costumbres del internado que nos persiguen hasta el extremo sur de nuestro país.

Visitamos las petroleras, el Fuerte Bulnes y  Punta Dungeness, el límite bioceánico donde se unen dos océanos: el Pacífico con el Atlántico.

Llegan las últimas horas del inolvidable viaje y una diluviana lluvia sale a despedirnos, como si Punta Arenas se conmoviera por nuestra partida. Ya camino al aeropuerto el Profesor deja atrás los retos y se alegra de haber podido cumplir este sueño, esta meta que nos pusimos todos.

Nos subimos al avión y  comenzamos nuestro regreso a casa.


6.               Llegada a Convento Viejo

En el año 1962 una nueva asignación por parte de Carabineros designará a don Segundo al pueblo de Convento Viejo. De esta manera, el joven Lautaro y sus hermanos llegan a esta localidad.

Lautaro está ya en el cuarto año de la Escuela Normal, el único cambio en su rutina será que los domingos libres del internado, llegará a esta nueva localidad a ver a su familia.

Sin embargo, alguien más notará la llegada de este joven estudiante normalista al pueblo. Lucy, una joven nacida y criada en Convento Viejo.

Pero no nos adelantemos. Es el año 1964, el aumento de alumnos en las escuelas, devenido por familias que se congregan hacia zonas de mayor trabajo, hace que se produzca una gran demanda de profesores, y entonces, las Escuelas Normales aceleran las prácticas y los alumnos de último año como Lautaro salen seis meses antes de la fecha normal.

De esta manera, el joven Lautaro ve de improviso terminado sus años de oro y es asignado como profesor en la escuela N° 58 de Convento Viejo, aprovechando que vive allí.

Un grupo de niños de tercero de primaria, que nace de la división en dos de un curso más grande será sus primeros alumnos a cargo.

—¿Cómo fue este cambio de alumno a profesor? ¿Le gustó la docencia?
—Sí y no. Me costó adaptarme. Pues como alumno de último año en la Escuela Normal ya teníamos ciertos privilegios. Entrábamos y salíamos a cualquier hora, siempre regresado claro a las siete de la tarde que era la hora de la cena. Y los miércoles en la tarde teníamos libre. Además, con cualquier “chamullo” salíamos a la calle, decíamos que teníamos que comprar algún material que nos faltaba y nos íbamos a dar una vuelta por la ciudad.

De esta manera, nuevamente un cambio en la vida le quitaba las libertades a Lautaro. En sus primeros años la libertad del campo con sus tías y abuela para pasar al estricto régimen de la casa de su padre carabinero. Y ahora, el relajo que significaba ser de último año en la escuela normal quedaba atrás para entrar de lleno al mundo de los adultos, al de la responsabilidad. Hacerse cargo de un curso que necesitan ser formados.

—Hubiera dado todo el oro del mundo por volver a estar con mis compañeros esos últimos seis meses en la escuela normal —me revela nostálgico don Lautaro.

—Los años de oro…

—Los Normalistas formábamos una verdadera familia. Si alguien tenía dinero compraba para todos, se compartían hasta los cigarros. Algunos domingos no volvíamos a la casa y nos quedábamos jugando futbol aunque yo era malazo. Los que eran de lejos se quedaban toda la semana. Allí nos repartíamos la comida con los que tenían internado de domingo a domingo. Por eso, antes de irnos, hicimos el juramento de volver a vernos cada cuatro años, y en esas juntas, se forjó una casa comunitaria que compramos de a poco entre todos en el balneario de Iloca. Allá hemos veraneado por años todos juntos, recordando los viejos tiempos, los tiempos de la escuela normal.


7.               Lucy y la vida en Convento Viejo antes de la Inundación

Si bien el término de la vida de estudiante llega a su fin de manera anticipada para el ahora flamante Profesor Normalista Lautaro Rozas, se da inicio a otra etapa en su vida en Convento Viejo. Y es que el pueblo así como tenía un nivel de auto abastecimiento en lo económico también lo tenía en lo social.

Estamos en un malón (fiestas organizadas en alguna casa o salón donde cada participante llevaba algún aporte, comenzaban a las siete de la tarde y finalizaban  a las diez de la noche) en 1965, suenan canciones mexicanas, tangos, paso dobles. En una silla hay un niño de unos diez años aburrido y quedándose dormido. A su lado está Lucy, su hermana mayor.

—Mi papá me daba permiso a venir a bailar a los malones siempre y cuando viniera con un “paco”, y para mi suerte era mi hermano menor, que se quedaba dormido bien luego. Y así podíamos bailar tranquilas —me cuenta risueña y nostálgica Lucy.

—¿Se recuerda cuando conoció a Lautaro, su marido?
—Lo conocí cuando él estaba dando el examen para recibirse de Profesor Normalista.
—¿Cuánto tiempo pololearon antes de casarse?
—Siete años ¡y nada de ganar terreno antes de tiempo!, éramos tan pajaronas en esa época, jajajaja.


Lucy nació en Convento Viejo, con partera en su propia casa. Su papá tenía una peluquería y vivía cerca de la familia de Lautaro. Sus hermanos jugaban a la pelota en el equipo del pueblo “Equipo Deportivo de Chile”.  

—¿Qué recuerdos tiene de su niñez en Convento Viejo?
—¡Uh, tantos! Nos juntábamos en mi casa a jugar el luche con mis primas, mi papá hacía el luche en la misma casa, porque no nos dejaba salir.

—¿Era autoritario su papa?
—Sí, mucho. Pero también recuerdo que frente a nuestra casa teníamos tres perales, y mi papá cuando escuchaba la campana de salida de la escuela, que quedaba a una cuadra de distancia, salía y empezaba a remecerlos para que las peras maduras cayeran, y así, cuando los niños pasaban frente a la casa las recogían.
—¡Oh que hermoso recuerdo!
—Sí, eran linda la vida en mi pueblo. Cuando llovía, un tío que tenía un camión iba a la escuela y se estacionaba frente a la puerta para llevar a sus casas a todos los niños que vivían más lejos. Era un pueblo donde todos nos conocíamos. Me acuerdo que las casas tenían corredor a la calle, sin rejas, por eso, cuando llovía los niños se cobijaban. Y me acuerdo que nos gustaba salir a pedir cualquier cosa, fruta, un pan, y de mañosas no más, si había de todo en mi casa, pero era esa aventura de pedir.

—¿Y qué recuerda de las actividades sociales?
—¡Teníamos de todo! No era necesario salir para otro lado. Los malones que empezaban a las siete de la tarde, donde bailábamos y nos tomábamos unos combinados de vino con bebida. Elección de Reina de la Primavera, para Fiestas Patrias se hacían junto con las ramadas competencias de trompos, palo encebado, carreras de ensacados y carreras a la chilena. En los veranos los campeonatos de futbol, en la escuela de Lautaro, cada profesor tenía un equipo de futbol, si hasta el Director jugaba en uno. Y para el año nuevo hacíamos un baile, yo creo que si mi pueblo existiera hoy, estaría aún más bonito.




8.               Los años de especialización

En el verano del 1966-67 se crearon los 7° y 8° de la enseñanza básica, por lo que a Lautaro le corresponde ir a perfeccionarse a Talca por dos meses, la especialidad elegida por él es Ciencias Naturales y Educación Física, pues fue el único cupo que quedaba.

De esta manera, comenzará una continua carrera de estudios que se extenderá hasta la jubilación: cursos de perfeccionamiento de profesores en servicios, una beca Conicyt en la Universidad Católica de Valparaíso donde aprendió taxidermia, y de la cual recuerda haber embalsamado un peuco.

Después vienen las participaciones de Ferias Científicas en Arica y Punta Arenas, en el Museo Histórico Natural de Santiago, en la Feria Mundial celebrada en Talca, y otras ferias en Concepción y Copiapó.

Por su parte, su padre don Segundo, es nuevamente asignado a otra localidad, esta vez, a la tenencia de Peor es Nada pero Lautaro ya se ha casado con Lucy y se ha asentado en Convento viejo, por lo que es la separación definitiva con su padre. Más adelante don Segundo será asignada a San Fernando donde jubilará.

—¿ Fue su padre cariñoso con usted? —le consulto.
—No, no era cariñoso. Por lo mismo, yo sí traté de ser muy cariñoso con mis hijos, pero a veces no es que no me naciera del alma, es que como yo no recibí cariño de él, me crie más solitario, muchas veces me costaba expresarme. Sólo hasta los 8 años recibí cariño de mis tías y abuelas.

—¿Y de su mamá, pese a no haberla conocido, que sentimiento tiene hacia ella?
—Una vez soñé con ella. Yo tengo una foto de mi mamá cuando yo estaba aún en  su guatita. La única vez que soñé con ella, era una muchacha joven y me decía, yo soy tu mamá. Y yo la abrazaba con tanto cariño, ella se veía de 19 años como en la foto que tengo y yo de 60 años. Y yo la reconocía, era mi mamá. Siempre me recuerdo de ese sueño. Para el día de la madre voy a ver su tumba a San Vicente de Tagua Tagua.

Con los años, el matrimonio de don Lautaro y Lucy concebiría tres hijos, uno es científico con doctorados en biotecnología y con trabajos en el Alzheimer, otro es músico que participa en la banda militar en Osorno y uno dedicado a la electrónica.


9.               La inundación del pueblo Convento Viejo

La ubicación de Convento Viejo, rodeado de cerros fue siempre un lugar óptimo para convertirlo en embalse, y las sequías de años pasados, junto con la necesidad de llegar con agua de regadío a las zonas costeras del Valle de Colchagua hicieron que la antigua idea comenzara a reflotar por los años setenta.

—Empezaron a llegar personas ajenas al pueblo, venían a efectuar mediciones, sacaban muestras de tierras, no nos decían nada —recuerda Lucy.

—Con el golpe militar se detuvieron un tiempo los estudios, pero al poco tiempo regresaron, y en esa época poco podíamos reclamar. ¿A quién le iba a importar lo que pasara en un pueblo tan chico? —agrega don Lautaro.

—¿Cómo fue el proceso de expropiación?
—Bueno, me impactó y me dio pena. Nos trataron mal, fuimos desalojados con tolvas. Nos echaban la maquinaria encima. Uno ya no era dueño de su propia casa, pues uno cerraba una puerta y ellos la abrían. Muchos murieron en Convento Viejo, mi abuelita estaba preparando las maletas y de pronto se quedó quietecita sin darse cuenta del cambio y falleció—recuerda Lucy.

—Mucha gente quedó sin casa pues no tenían cómo acreditar que eran propietarios, y es que sucedía que antes las cosas se daban de palabras, donde el  padre le decía al hijo,  “hazte una casa ahí”, pero no se inscribían, o sea, nunca regularizaban las construcciones. Y por eso, a la gente le dieron una mugre por sus casitas —complementa Lucy.

—¿Se recuerda cómo se inició la inundación?

—A la primera subida del agua, se cayeron casi todas las casas, pues eran de adobe. Yo me fui sin querer mirar como mi casa se derrumbaba bajo el agua —responde con pena Lucy—.En mi pueblo teníamos de todo, entre los vecinos cada uno construía su parte para tener agua potable, lo mismo el alcantarillado. Teníamos posta médica, retén de carabineros, teléfonos, almacenes. A la entrada de Chimbarongo usted puede ver una copa de agua, esa era de mi pueblo, de Convento Viejo, cada vez que paso por ahí me da una pena.

Me quedo unos segundos en silencio mirándola.

—Y lo más triste es que en Santa Cruz ya no quieren el agua, pues han hecho pozos, y yo me digo, ¿para eso inundaron mi pueblo? —cuenta entre triste e indignada Lucy.



10.           Un Pueblo bajo las aguas.

Hemos recorrido con don Lautaro cada parte del embalse, el escarabajo se ha portado muy digno y a ha soportado estoico caminos de barros, con agua y piedras, porque don Lautaro me ha querido llevar a cada uno de los lugares que considera importante para entender el alcance del embalse.

Nos detenemos en una zona en altura, y frente a nosotros un lago inmenso de agua me quita el aliento. Se aprecian algunas aves, cisnes de cuello negro y hasta gaviotas. Algunos pescadores de orilla, y uno que otro lugareño que ha decidido venir a pasar la tarde.

—¿Puede estimar por donde estaba su casa don Lautaro? —le pregunto al mirar ese inmenso lago artificial.
—Mire, ve esas sombras por ese extremo, por ahí yo estimo estaba mi casa. Ahora bajo el agua.

Me quedo largos segundos mirando el embalse. Imagino las casas, los pasajes y la calle principal, los malones, los campeonatos de fútbol, las reinas de la primavera, los años de docencia y las peras del árbol de la casa de Lucy.

—¿Cree que alguna construcción pueda haber resistido la inundación? —le pregunto casi sin esperanzas.
—¡Sí! La escuela resistió, pues era de construcción sólida. Si alguna vez este embalse se vacía, estoy seguro que las paredes de la escuela estarán aun de pie.


Me emociona esa imagen. Y me hace tanto sentido. Es por un lado poética y por otra esperanzadora, no solo por lo que significa un edificio, sino que lo simbólico que la escuela, sinónimo de una educación, de una formación, es capaz de sobrevivir a todo. Me quedo con esa hermosa imagen y comenzamos a regresar a la casa de don Lautaro y Lucy.

11.           El mimbre y los años que restan

Don Lautaro ya ha jubilado, es un Profesor Normalista retirado como me escribió en el correo que dio inicio a este viaje. Pero está lejos de estar en calma. Junto con escribir el libro “Convento Viejo en el Corazón” que le significó el premio de la Cultura por la Ilustre Municipalidad de Chimbarongo, es parte de un Comité de Medioambiente que ganaron unos fondos para construir un Sendero Educativo por el actual Embalse, y enseñar sobre la flora y la fauna y la historia del lugar. Además pretende escribir otro libro, ahora ambientado en las familias de Convento Viejo, y en su casa, tiene olivos  que convierte en aceitunas con el viejo método de aplicarles lejía y no soda como los otros, me señala. Tiene además un pasatiempo, se ha convertirlo en artesano de mimbre y de muestra me regala una hermosa carreta construida con ese material por él.

Le agradezco el regalo y contemplo la hermosa carreta.

—Me gustaría venir a la cosecha del mimbre, ¿cuándo es? —le consulto interesado en aprender de otro proceso.
—El mimbre tiene dos cosechas. Primero nace en tierra y se corta, pero se vuelve a plantar esta vez en agua por unos dos meses, sólo después se puede comenzar a usar—me explica don Lautaro, Profesor Normalista por siempre.

Me quedo pensado en aquello y me resulta imposible no hacer la comparación con los habitantes de Convento Viejo.


Me despido de Lucy y don Lautaro, salgo a la calle y ya es de noche, enciendo el motor de mi escarabajo y suena con fuerzas, enciendo las luces y comienzo mi retorno a casa.  


Bibliografía Asociada

El Libro "Convento Viejo en el Corazón" escrito por don Lautaro Rozas Dinamarca lo pueden encontrar en : 

https://www.amazon.com/Convento-Viejo-coraz%C3%B3n-Spanish-Lautaro/dp/1329094603?ie=UTF8&*Version*=1&*entries*=0

http://www.lulu.com/shop/lautaro-rozas/convento-viejo-en-el-coraz%C3%B3n/hardcover/product-22171279.html