miércoles, 25 de octubre de 2017

El Perno Rey

Lunes

¿Por dónde comenzar? Esta vez no era la hoja en blanco sino que lo abrumador que resultaban los estímulos en este nuevo viaje a Coinco, en la sexta región de mi país. Hacían dos años creo mi última visita, en la cual me robé  una brevísima historia que la dejé condicionada al paso del tiempo para terminarla, pero esta vez se entremezclaban: incendios, muertes, nostalgias de sur, el perno rey, los cerros quemados por los incendios forestales y aguas que recorren kilómetros bajo tierra hasta que deciden salir a la superficie.

Tal vez la manera de abordar el relato sea con la llamada telefónica de mi mami para contarme que nuestro antiguo árbol amaneció derribado de raíz. Mi hermano complementaba la mala noticia enviándome una foto del árbol caído sin poder determinar si el causante era algún camión o el paso de los años. Una vez que corté la llamada, decidí alargar el desayuno y reconstruir mentalmente la biografía de ese árbol.

Hacía unos 30 años atrás, cuando ya había muerto mi  abuelo Óscar, nos habíamos ido a vivir con la abuela María (aunque su real nombre era Emelina) junto con mis padres y mi hermano, ya que había quedado viuda y a cargo de la carnicería familiar. Mis padres tomaron la posta de seguir con el negocio mudándonos a una casa de adobe y ladrillo de unos 60 o más años en dicha época. La casa tenía dos particularidades: la primera era una subida para autos que daba justo contra la pared, por lo que tenía ese gustito surreal y absurdo de los caminos que no conducen a ningún lado. Y la otra curiosidad  era que no teníamos ventanas, pues la carnicería ocupaba el espacio entre la calle y el resto de la casa. Por lo que la luz que entraba a nuestro hogar lo hacía por el patio interior, dejándonos aislados de ese transitar de vecinos que siempre forma parte de esa sensación de pertenecer a un barrio.

Era justamente frente a la carnicería que estaba nuestro árbol que había sido plantado por nuestro vecino, Don René, hacía probablemente unos buenos años atrás. Fue una mañana, en que tal vez mi madre que siempre se ha levantado más temprano que todos nosotros nos alertó que habían talado el árbol. Lo habían hecho desde la copa, que estaba a una altura del suelo quizás un metro y medio. Todo el follaje en el suelo, recuerdo que me impresionó verlo mutilado. La impotencia de no saber quién había sido tan vil nos duró un buen tiempo, pero comenzó a amainar nuestro odio cuando la Sra. Laura (la Nanita), que era nuestra vecina de toda la vida, vino y le hizo una curación: una suerte de cataplasma con barro y lo envolvió. Al cabo de un tiempo, comenzó a florecer una tímida ramita verde. La alegría de mi hermano y la mía recuerdo fue manifiesta. Por un lado, ocurría algo de magia en el barrio y por otra, cada tarde al volver del colegio lo mirábamos como ese brote intentaba elevarse un poco más en dirección al sol. Era gracioso ver un tronco grueso y añoso y ese delgaducho brote que tenía algo que decir.

Con el paso de los años, las muertes en la familia se sucedieron: la abuela María, la Nanita y la abuela Monona. El árbol creció y su nuevo follaje pronto se camufló con el antiguo tronco, y para cualquiera que no supiera su historia, era imposible detectar la diferencia, solo nosotros sabíamos el secreto: que la Nanita lo había salvado hacía unos años atrás con una mezcla de barro y cariño.

Buscando hoy una explicación sobre la caída de nuestro árbol me quedo pensando en que tal vez, sus raíces viejas no pudieron con un follaje joven, vigoroso, que cada primavera crecía más y más, y que tal vez no hubo un camión retrocediendo, o si lo hubo solo fue el golpe final que le faltaba para finalizar su ciclo.


Martes

Mientras bajamos al subterráneo del hotel a buscar el auto de Alexis, mi gran compañero de trabajo, aprovecho de darle una mirada al escarabajo que lo tengo estacionado ahí también, y compruebo que le han hecho tira el foco trasero. Una huella de moto en el piso y los trozos de plástico rojo y amarillo por el suelo forman parte de la escena del crimen. Saco la llave para comprobar si las luces funcionan y descubro un papel afirmado en el limpiaparabrisas. Hay un celular y un nombre. Alexis examina el foco y comprueba que es solo la máscara que está dañada, me dice que lo podemos solucionar con un scotch por el momento.

Camino a la planta, llamo al número que sale en el papel y me presento como el dueño del escarabajo. Del otro lado, Michael se deshace en excusas y me pide los datos para hacer una transferencia bancaria por los gastos, le explico que con su gesto de responsabilizarse ya es suficiente, pues podría haber quedado en el total anonimato y no lo hizo. Cuelgo y Alexis me mira entre extrañado y orgulloso. Y antes que me pregunte le explico por qué no he querido cobrarle por el daño a mi auto, y para eso me remonto a algo que que me sucedió hace un par de años.

Estaba en dicha ocasión obsesionado con bajar de peso, y es que pasado los cuarenta años es tan difícil bajar un kilo. Pero en dicha ocasión había conseguido dirigir mi obsesión al uso de una elíptica que tenía en casa. Diariamente ejercitaba cerca de una hora y los resultados al poco tiempo ya se empezaron a notar. Una tarde, en que creo las cosas no me habían salido del todo bien, me puse las zapatillas y me subí a la elíptica, llevaba unos 10 minutos cuando de pronto un vástago de metal se rompió. Me equilibro para no caer y veo el daño. Se me vino a la mente que esta bici la habían armado los mismo técnicos de la Bianchi, pero antes de llamarlos reparé en que ese día que la armaron fue mi papi quien supervisó al técnico y al recordarlo, reparo que mi papi lleva 10 años muerto.

Sin embargo, seguía enrabiado pues mi plan de bajar de peso se había visto afectado, por lo que decidí de inmediato comprar otra, y lo tengo muy claro, ingresé a la página web de Falabella y compré la misma elíptica con despacho express, esto es, en tres día tendría una nueva.  Cuando pasó el tercer día y la elíptica no llegaba, llamé molesto al servicio de entregas y pregunté por mi despacho y buscaron el número y me respondió una voz un tanto afligida señalándome que el camión entero había sido robado, a punta de pistola, el mismo día del despacho, por lo que me ofrecían las disculpas  y  re agendaban a la entrega para otro día.

Ese momento me di cuenta de  la existencia del karma. Yo estaba enrabiado por la rotura de la elíptica, y así de enojado compré la otra, y ese mal karma se traspasó hasta el camión. Alexis me mira algo desconfiado pero sonríe y asiente. Así que he preferido esta vez revertir el mal karma del foco del escarabajo agradeciendo la honestidad del causante le concluyo a mi patner.


Miércoles

Llevamos un par de días en Coinco y luego de cada almuerzo aprovechamos de recorrer el  parque que está junto a las instalaciones. Hay un cerro que colinda con la planta  y resultó afectado por la seguidilla de incendios forestales del último verano. En lo particular, este cerro se quemó hasta su medianía, en donde, un cordón de seguridad permitió  a la brigada de incendios y bomberos combatir con éxito y lograr que el fuego no llegara a la planta. Al recorrer el lugar, vemos que hay una pequeña gruta que ha salvado ilesa del incendio forestal. Es en honor a la Virgen de Lourdes. Hay una placa de agradecimiento, me acerco y leo: “Gracias por la salud de nuestro hijo…diciembre 1971”. La casualidad me llega profundamente, es el mismo mes y año en que yo nací.

A mi mente se viene la otra vez que di con una gruta y fue en la otra planta de agua mineral que tiene la empresa ubicada hacia la costa, en Casablanca, en medio de un hermoso bosque y en las entrañas de un cerro. En dicha ocasión  recuerdo haber salido a recorrer el lugar, siempre lo hago por curiosidad y para estirar las piernas. En dicha ocasión, un reflejo del sol me hizo precisar la mirada hacia un cerrito que estaba a las afuera de la bodega. Me fui caminando una pequeña cuesta hasta llegar a la gruta de la virgen, y lo que atrajo toda mi curiosidad fueron la veintena de botellas de vidrios acostadas y aseguradas con cemento a los pies de la virgen. En su interior se podían distinguir papeles doblados, como mensajes que uno deja al interior de una botella. Obviamente que al almuerzo pregunté  por dichos papeles, y averigué que en los años ochenta la planta iba a ser cerrada por lo que todos los trabajadores se encomendaron a la Virgen y anotaron peticiones en la botella. Y que cada uno ha ido colocando placas a medida que se han cumplido los deseos.

De regreso al parque de Coinco, nos quedamos buscando donde estaba el megáfono que le daba las instrucciones a los camiones para entrar a cargar. La entrada de la fábrica es una avenida llena de añosos eucaliptos, y mientras oteamos donde estaba el altavoz, reparamos en un gran camión estacionado esperando su turno, Alexis especuló sobre cierta fuerza magnética que ayudaba que el camión no se desprendiera de su acoplado, y como buen auditor nunca contento con una explicación fui donde el conductor del camión y le pregunté, ¿qué sostiene  el choco del resto del camión?, y me respondió de manera precisa: el Perno Rey.

Nos quedamos en silencio  y escuchamos la explicación que nos dan de esa fundamental pieza que permite que dos partes sean una, que no le complique el doblar pues ambas van bajo el gobierno de esta pieza que tan bien ganado tiene su nombre.

¿Habrá siempre una parte que nos mantenga unidos? La reflexión es válida, ¿qué nos mantiene formando parte de algo?

Paso a lavarme los dientes. En esta planta donde toda el agua que se ocupa es mineral, hasta la de los baños tiene sus mismas propiedades medicinales. A la salida del baño me quedo mirado el diario mural del sindicato. Hay una especie de poesía, o más bien una paya, y una foto algo descolorida de un trabajador que no sonríe. La paya es una despedida, se titula Pequeño Homenaje al Chinito, y entre versos se despide de su amigo, recordando su alegría, sus tallas y payas a flor de boca. Es una triste despedida. Inquieto, comienzo a averiguar más sobre el Chinito, y me voy a hablar con la Ceci quien lleva muchos años en esta planta,  y me da la terrible noticia.

Hace un par de meses, el Chinito, que trabajaba por más de tres décadas en la planta, decidió terminar con su vida. Todos quedamos en schock. Ese día lo habíamos visto bien, tirando sus payas a las chicas del laboratorio. Él había estado hace unos años con licencia por stress, y es que vivía en la planta, trabajaba casi 20 horas, hasta que su cuerpo no pudo más y se fue con licencia. Y cuando volvió a trabajar lo hizo de a poco, no le daban turnos largos y se le veía ya mejor. Por eso, esto que pasó nos dejó a todos mal, me relata Ceci visiblemente afectada.

Regreso a la sala de reunión que nos han asignado para trabajar y le resumo a Alexis lo que he averiguado. Se queda callado y meditando. Al volver a hablar me dice que había visto también el aviso en el diario mural. Nos quedamos un rato en silencio. La muerte siempre genera una cierta distancia. Alexis me comenta que un tío muy querido está bastante enfermo y que esperan lo peor.

Regreso a mirar el diario mural, y me quedo mirando la foto del Chinito.  ¿Por qué no fue posible dar con una foto en que se le viera alegre como lo describen? Lo dice en su despedida su amigo que le dedica una paya. El dolor va por dentro es la respuesta automática que me doy. Pero recuerdo lo que me dijo la Ceci, lo de largas horas que trabajaba en la planta.  Cuando suceden estos casos, ¿no es como para replantearnos todo? Decido ir a hablar con la Ceci de nuevo.

La viuda vino al día siguiente, a buscar las cosas del chinito en su casillero y no encontró ninguna nota, esperaba dar con una carta, algo que le explicara su decisión, pero no lo encontró. Ella nos dijo que al llegar en la tarde del trabajo, dejó un pan que había traído del trabajo y salió a caminar un rato, que lo hacía seguido, a una cancha que hay por los alrededores, pero que al no volver fue a poner una denuncia por presunta desgracia, y que al otro día, un bombero lo encontró ahorcado de un árbol. Sabes, él a veces escribía en toalla nova y una semana antes le había entregado a su jefe, el Antonio, un papel con todas las mañas de las máquinas que él usaba, de qué manera había que manejarlas y lo que había que hacer para mejorar su desempeño. Es como si se estaba despidiendo, concluyó la Ceci.


Jueves

Estábamos con los expertos de las compañías de seguros reparando en las medidas de la planta para los incendios. Carlos nos decía que ellos siempre estaban para prevenir los incendios, que en sus informes se encargaban de reforzar eso, no como los bomberos que lo que los motiva es apagarlos, señaló con poca empatía hacia ellos. Luego observó nuestro nuevo estanque de gas natural y fue a verlo, yo en cambio reparé en Juan, el Jefe de Bodega que no siguió al grupo y se quedó a la sombra, ya que el sol era inclemente a esta hora.

¿No te gusta el sol?, le consulto. Nunca me ha gustado, me responde de pocas ganas. Me hace mal, yo siempre quise vivir al Sur. ¿Qué tan al sur le pregunto? Lo más al sur posible, punta arenas si es posible. Pero solo alcancé a llegar a Talca, termina de explicar algo abatido. ¿Y no hay posibilidades de volver a intentarlo?, le consulto. Ya no se puede. Los hijos, mi trabajo, en fin.

Los de la compañía de seguros deciden escalar el cerro, para ver hasta donde llegó el fuego y vamos tras ellos. Cada cierto tiempo voy mirando a Juan, que luce realmente desmotivado. Es probable que el despido de su jefe en las últimas semanas también tenga relación. Cuando ya vamos siguiendo el paso de las vertientes le pierdo la vista. Yo me quedo contemplando la belleza del agua que brota desde la tierra para ir formando pequeños causes de agua mineral. Y recuerdo nuevamente mi anterior estadía en Casablanca, en la otra planta, y en esa oportunidad, la jefe de calidad me explicaba cómo es que a través de rocas, era que el agua de la cordillera viajaba en una suerte de ríos pétreos, por años, por décadas, para llegar a un lugar y decidir emanar a la superficie. ¿Cuántos años crees que tiene el agua que te estas tomando?, me preguntó esa vez. ¡40 años! Se respondió. Y continuamos hablamos de las propiedades de las aguas minerales. Aprendí que cada una tienes propiedades distintas a otras, que hay equilibrios químicos que se buscan. Y me dijo que el agua de Casablanca le había sido dada su condición curativa el mismísimo Salvador Allende cuando era ministro de salubridad. Obviamente le pedí los certificados y ahí estaban la firma del que sería en el futuro el Presidente de Chile.

En la tarde, Juan nos sorprende a todos, ha renunciado para volver con su familia a Talca. A nadie parece sorprender su decisión. Converso con Jorge y está contento por Juan, pues regresa con su familia me indica, fueron un poco más de dos años en los que Juan vivió de lunes a viernes en otra ciudad. Pero ojalá no le cueste acostumbrarse, agrega Jorge. Y me explica que uno se acostumbra a la soledad de más rápida manera que a estar acompañado, y que por dos años Juan sólo tenía una habitación, una tele y silencios, sin mayores tareas domésticas pues las suplía la dueña de la pensión, pero ahora llegaría a su casa y deberá insertarse otra vez en la rutina de estar en una familia. Me quedo pensando en lo que dice Jorge y lo entiendo perfecto, yo he vivido en hoteles de lunes a viernes ya por largos años, y me he construido esa rutina de soledad, ayer mismo conversábamos con Alexis como uno se acostumbra a cenar solo, a ir al mall y estar incluso en el cine solo.

Al rato Juan pasa a despedirse, lo abrazo y le deseo todo el éxito y la suerte, en este nuevo intento de estar lo más al Sur que pueda. Le adelanto que este país es tan pequeño que es muy probable nos volvamos a encontrar, y allí podré tal vez tener la posibilidad de completar su historia.


Viernes

La semana ya termina, Alexis tuvo que salir de emergencia pues finalmente falleció su querido tío y va camino hacia el norte a los funerales. Yo tenía contemplado regresar esta tarde a mi casa en la capital, pero he cambiado de parecer, voy a acompañar a unos amigos en una celebración anticipada del cumpleaños de Rodrigo, un gran amigo que he hecho en mis viajes por trabajo, así es que giro el volante de mi escarabajo y lo encamino hacia el sur, después de todo, de eso se trata todo esto, de acompañarnos, de intentar por todos los medios permanecer unidos, como lo hace el Perno Rey.