Lunes
¿Por dónde comenzar? Esta vez no
era la hoja en blanco sino que lo abrumador que resultaban los estímulos en
este nuevo viaje a Coinco, en la sexta región de mi país. Hacían dos años creo
mi última visita, en la cual me robé una
brevísima historia que la dejé condicionada al paso del tiempo para terminarla,
pero esta vez se entremezclaban: incendios, muertes, nostalgias de
sur, el perno rey, los cerros quemados por los incendios forestales y aguas que recorren kilómetros bajo tierra hasta
que deciden salir a la superficie.
Tal vez la manera de abordar el
relato sea con la llamada telefónica de mi mami para contarme que nuestro
antiguo árbol amaneció derribado de raíz. Mi hermano complementaba la mala
noticia enviándome una foto del árbol caído sin poder determinar si el causante
era algún camión o el paso de los años. Una vez que corté la llamada, decidí
alargar el desayuno y reconstruir mentalmente la biografía de ese árbol.
Hacía unos 30 años atrás, cuando
ya había muerto mi abuelo Óscar, nos
habíamos ido a vivir con la abuela María (aunque su real nombre era Emelina)
junto con mis padres y mi hermano, ya que había quedado viuda y a cargo de la
carnicería familiar. Mis padres tomaron la posta de seguir con el negocio mudándonos
a una casa de adobe y ladrillo de unos 60 o más años en dicha época. La casa
tenía dos particularidades: la primera era una subida para autos que daba justo
contra la pared, por lo que tenía ese gustito surreal y absurdo de los caminos
que no conducen a ningún lado. Y la otra curiosidad era que no teníamos ventanas, pues la
carnicería ocupaba el espacio entre la calle y el resto de la casa. Por lo que
la luz que entraba a nuestro hogar lo hacía por el patio interior, dejándonos
aislados de ese transitar de vecinos que siempre forma parte de esa sensación
de pertenecer a un barrio.
Era justamente frente a la
carnicería que estaba nuestro árbol que había sido plantado por nuestro vecino,
Don René, hacía probablemente unos buenos años atrás. Fue una mañana, en que
tal vez mi madre que siempre se ha levantado más temprano que todos nosotros nos alertó que habían talado el árbol. Lo habían hecho desde la copa, que
estaba a una altura del suelo quizás un metro y medio. Todo el follaje en el
suelo, recuerdo que me impresionó verlo mutilado. La impotencia de no saber
quién había sido tan vil nos duró un buen tiempo, pero comenzó a amainar
nuestro odio cuando la Sra. Laura (la Nanita), que era nuestra vecina de toda
la vida, vino y le hizo una curación: una suerte de cataplasma con barro y lo
envolvió. Al cabo de un tiempo, comenzó a florecer una tímida ramita verde. La
alegría de mi hermano y la mía recuerdo fue manifiesta. Por un lado, ocurría
algo de magia en el barrio y por otra, cada tarde al volver del colegio lo
mirábamos como ese brote intentaba elevarse un poco más en dirección al sol.
Era gracioso ver un tronco grueso y añoso y ese delgaducho brote que tenía algo
que decir.
Con el paso de los años, las
muertes en la familia se sucedieron: la abuela María, la Nanita y la abuela
Monona. El árbol creció y su nuevo follaje pronto se camufló con el antiguo
tronco, y para cualquiera que no supiera su historia, era imposible detectar la
diferencia, solo nosotros sabíamos el secreto: que la Nanita lo había salvado hacía unos
años atrás con una mezcla de barro y cariño.
Buscando hoy una explicación sobre la caída de nuestro árbol me quedo pensando en que tal vez, sus raíces viejas no pudieron con un follaje joven, vigoroso, que cada primavera crecía más y más, y que tal vez no hubo un camión retrocediendo, o si lo hubo solo fue el golpe final que le faltaba para finalizar su ciclo.
Martes
Mientras bajamos al subterráneo
del hotel a buscar el auto de Alexis, mi gran compañero de trabajo, aprovecho
de darle una mirada al escarabajo que lo tengo estacionado ahí también, y
compruebo que le han hecho tira el foco trasero. Una huella de moto en el piso
y los trozos de plástico rojo y amarillo por el suelo forman parte de la escena
del crimen. Saco la llave para comprobar si las luces funcionan y descubro un
papel afirmado en el limpiaparabrisas. Hay un celular y un nombre. Alexis
examina el foco y comprueba que es solo la máscara que está dañada, me dice que
lo podemos solucionar con un scotch por el momento.
Camino a la planta, llamo al
número que sale en el papel y me presento como el dueño del escarabajo. Del
otro lado, Michael se deshace en excusas y me pide los datos para hacer una
transferencia bancaria por los gastos, le explico que con su gesto de
responsabilizarse ya es suficiente, pues podría haber quedado en el total
anonimato y no lo hizo. Cuelgo y Alexis me mira entre extrañado y orgulloso. Y
antes que me pregunte le explico por qué no he querido cobrarle por el daño a
mi auto, y para eso me remonto a algo que que me sucedió hace un par de años.
Estaba en dicha ocasión
obsesionado con bajar de peso, y es que pasado los cuarenta años es tan difícil
bajar un kilo. Pero en dicha ocasión había conseguido dirigir mi obsesión al
uso de una elíptica que tenía en casa. Diariamente ejercitaba cerca de una hora
y los resultados al poco tiempo ya se empezaron a notar. Una tarde, en que creo
las cosas no me habían salido del todo bien, me puse las zapatillas y me subí a
la elíptica, llevaba unos 10 minutos cuando de pronto un vástago de metal se
rompió. Me equilibro para no caer y veo el daño. Se me vino a la mente que esta
bici la habían armado los mismo técnicos de la Bianchi, pero antes de llamarlos
reparé en que ese día que la armaron fue mi papi quien supervisó al técnico y al
recordarlo, reparo que mi papi lleva 10 años muerto.
Sin embargo, seguía enrabiado
pues mi plan de bajar de peso se había visto afectado, por lo que decidí de
inmediato comprar otra, y lo tengo muy claro, ingresé a la página web de
Falabella y compré la misma elíptica con despacho express, esto es, en tres día
tendría una nueva. Cuando pasó el tercer
día y la elíptica no llegaba, llamé molesto al servicio de entregas y pregunté
por mi despacho y buscaron el número y me respondió una voz un tanto afligida
señalándome que el camión entero había sido robado, a punta de pistola, el mismo
día del despacho, por lo que me ofrecían las disculpas y re agendaban a la entrega para otro día.
Ese momento me di cuenta de la existencia del karma. Yo estaba enrabiado
por la rotura de la elíptica, y así de enojado compré la otra, y ese mal karma
se traspasó hasta el camión. Alexis me mira algo desconfiado
pero sonríe y asiente. Así que he preferido esta vez revertir el mal karma del
foco del escarabajo agradeciendo la honestidad del causante le concluyo a mi
patner.
Miércoles
Llevamos un par de días en Coinco
y luego de cada almuerzo aprovechamos de recorrer el parque que está junto a las instalaciones.
Hay un cerro que colinda con la planta y
resultó afectado por la seguidilla de incendios forestales del último verano. En
lo particular, este cerro se quemó hasta su medianía, en donde, un cordón de
seguridad permitió a la
brigada de incendios y bomberos combatir con éxito y lograr que el fuego no llegara a la planta.
Al recorrer el lugar, vemos que hay una pequeña gruta que ha salvado ilesa del
incendio forestal. Es en honor a la Virgen de Lourdes. Hay una placa de
agradecimiento, me acerco y leo: “Gracias por la salud de nuestro
hijo…diciembre 1971”. La casualidad me llega profundamente, es el mismo mes y
año en que yo nací.
A mi mente se viene la otra vez
que di con una gruta y fue en la otra planta de agua mineral que tiene la
empresa ubicada hacia la costa, en Casablanca, en medio de un hermoso bosque y
en las entrañas de un cerro. En dicha ocasión
recuerdo haber salido a recorrer el lugar, siempre lo hago por
curiosidad y para estirar las piernas. En dicha ocasión, un reflejo del sol me
hizo precisar la mirada hacia un cerrito que estaba a las afuera de la bodega.
Me fui caminando una pequeña cuesta hasta llegar a la gruta de la virgen, y lo
que atrajo toda mi curiosidad fueron la veintena de botellas de vidrios acostadas y aseguradas con cemento a los pies de la virgen. En su
interior se podían distinguir papeles doblados, como mensajes que uno deja al interior de una botella.
Obviamente que al almuerzo pregunté
por dichos papeles, y averigué que en los años ochenta la planta iba a ser
cerrada por lo que todos los trabajadores se encomendaron a la Virgen
y anotaron peticiones en la botella. Y que cada uno ha ido colocando placas a
medida que se han cumplido los deseos.
De regreso al
parque de Coinco, nos quedamos buscando donde estaba el megáfono que le daba las instrucciones a los camiones para entrar a cargar. La
entrada de la fábrica es una avenida llena de añosos eucaliptos, y mientras oteamos donde
estaba el altavoz, reparamos en un gran camión estacionado esperando su turno,
Alexis especuló sobre cierta fuerza magnética que ayudaba que el camión no se
desprendiera de su acoplado, y como buen auditor nunca contento con una
explicación fui donde el conductor del camión y le pregunté, ¿qué sostiene el choco del resto del camión?, y me respondió de manera precisa: el Perno Rey.
Nos quedamos en silencio y escuchamos la explicación que nos dan de
esa fundamental pieza que permite que dos partes sean una, que no le complique
el doblar pues ambas van bajo el gobierno de esta pieza que tan bien ganado tiene
su nombre.
¿Habrá siempre una parte que nos mantenga unidos? La reflexión es válida, ¿qué nos mantiene formando parte de algo?
Paso a lavarme los dientes. En
esta planta donde toda el agua que se ocupa es mineral, hasta la de los baños
tiene sus mismas propiedades medicinales. A la salida del baño me quedo mirado
el diario mural del sindicato. Hay una especie de poesía, o más bien una paya,
y una foto algo descolorida de un trabajador que no sonríe. La paya es una
despedida, se titula Pequeño Homenaje al Chinito, y entre versos se despide de
su amigo, recordando su alegría, sus tallas y payas a flor de boca. Es una
triste despedida. Inquieto, comienzo a averiguar más sobre el Chinito, y me voy a hablar con la Ceci quien lleva muchos años en esta planta, y me da la terrible noticia.
Hace un par de meses, el Chinito,
que trabajaba por más de tres décadas en la planta, decidió terminar con su
vida. Todos quedamos en schock. Ese día lo habíamos visto bien, tirando sus
payas a las chicas del laboratorio. Él
había estado hace unos años con licencia por stress, y es que vivía en la
planta, trabajaba casi 20 horas, hasta que su cuerpo no pudo más y se fue con
licencia. Y cuando volvió a trabajar lo hizo de a poco, no le daban turnos
largos y se le veía ya mejor. Por eso, esto que pasó nos dejó a todos mal, me
relata Ceci visiblemente afectada.
Regreso a la sala de reunión que
nos han asignado para trabajar y le resumo a Alexis lo que he averiguado. Se
queda callado y meditando. Al volver a hablar me dice que había visto también
el aviso en el diario mural. Nos quedamos un rato en silencio. La muerte
siempre genera una cierta distancia. Alexis me comenta que un tío muy querido
está bastante enfermo y que esperan lo peor.
Regreso a mirar el diario mural,
y me quedo mirando la foto del Chinito.
¿Por qué no fue posible dar con una foto en que se le viera alegre como
lo describen? Lo dice en su despedida su amigo que le dedica una paya. El dolor
va por dentro es la respuesta automática que me doy. Pero recuerdo lo que me
dijo la Ceci, lo de largas horas que trabajaba en la planta. Cuando suceden estos casos, ¿no es como para
replantearnos todo? Decido ir a hablar con la Ceci de
nuevo.
La viuda vino al día siguiente, a
buscar las cosas del chinito en su casillero y no encontró ninguna nota,
esperaba dar con una carta, algo que le explicara su decisión, pero no lo
encontró. Ella nos dijo que al llegar en la tarde del trabajo, dejó un pan que
había traído del trabajo y salió a caminar
un rato, que lo hacía seguido, a una cancha que hay por los alrededores, pero
que al no volver fue a poner una denuncia por presunta desgracia, y que al
otro día, un bombero lo encontró ahorcado de un árbol. Sabes, él a veces
escribía en toalla nova y una semana antes le había entregado a su jefe, el
Antonio, un papel con todas las mañas de las máquinas que él usaba, de qué
manera había que manejarlas y lo que había que hacer para mejorar su desempeño. Es como si se
estaba despidiendo, concluyó la Ceci.
Jueves
Estábamos con los expertos de las
compañías de seguros reparando en las medidas de la planta para los incendios. Carlos
nos decía que ellos siempre estaban para prevenir los incendios, que en sus
informes se encargaban de reforzar eso, no como los bomberos que lo
que los motiva es apagarlos, señaló con poca empatía hacia ellos. Luego observó nuestro nuevo estanque de gas
natural y fue a verlo, yo en cambio reparé en Juan, el Jefe de Bodega que no
siguió al grupo y se quedó a la sombra, ya que el sol era inclemente a esta
hora.
¿No te gusta el sol?, le
consulto. Nunca me ha gustado, me responde de pocas ganas. Me hace mal, yo
siempre quise vivir al Sur. ¿Qué tan al sur le pregunto? Lo más al sur posible,
punta arenas si es posible. Pero solo alcancé a llegar a Talca, termina de
explicar algo abatido. ¿Y no hay posibilidades de volver a intentarlo?, le
consulto. Ya no se puede. Los hijos, mi trabajo, en fin.
Los de la compañía de seguros
deciden escalar el cerro, para ver hasta donde llegó el fuego y vamos tras ellos. Cada
cierto tiempo voy mirando a Juan, que luce realmente desmotivado. Es probable
que el despido de su jefe en las últimas semanas también tenga relación. Cuando
ya vamos siguiendo el paso de las vertientes le pierdo la vista. Yo me quedo contemplando la belleza del agua que
brota desde la tierra para ir formando pequeños causes de agua mineral. Y
recuerdo nuevamente mi anterior estadía en Casablanca, en la otra planta, y en
esa oportunidad, la jefe de calidad me explicaba cómo es que a través de rocas,
era que el agua de la cordillera viajaba en una suerte de ríos pétreos, por
años, por décadas, para llegar a un lugar y decidir emanar a la superficie.
¿Cuántos años crees que tiene el agua que te estas tomando?, me preguntó esa
vez. ¡40 años! Se respondió. Y continuamos hablamos de las propiedades de las
aguas minerales. Aprendí que cada una tienes propiedades distintas a otras, que
hay equilibrios químicos que se buscan. Y me dijo que el agua de Casablanca le
había sido dada su condición curativa el mismísimo Salvador Allende cuando era
ministro de salubridad. Obviamente le pedí los certificados y ahí estaban la
firma del que sería en el futuro el Presidente de Chile.
En la tarde, Juan nos sorprende a
todos, ha renunciado para volver con su familia a Talca. A nadie parece sorprender
su decisión. Converso con Jorge y está contento por Juan, pues regresa con su
familia me indica, fueron un poco más de dos años en los que Juan vivió de lunes a
viernes en otra ciudad. Pero ojalá no le cueste acostumbrarse, agrega Jorge. Y
me explica que uno se acostumbra a la soledad de más rápida manera que a estar
acompañado, y que por dos años Juan sólo tenía una habitación, una tele y
silencios, sin mayores tareas domésticas pues las suplía la dueña de la pensión,
pero ahora llegaría a su casa y deberá insertarse otra vez en la rutina de
estar en una familia. Me quedo pensando en lo que dice Jorge y lo entiendo
perfecto, yo he vivido en hoteles de lunes a viernes ya por largos años, y me
he construido esa rutina de soledad, ayer mismo conversábamos con Alexis como
uno se acostumbra a cenar solo, a ir al mall y estar incluso en el cine solo.
Al rato Juan pasa a despedirse,
lo abrazo y le deseo todo el éxito y la suerte, en este nuevo intento de estar lo
más al Sur que pueda. Le adelanto que este país es tan pequeño que es muy
probable nos volvamos a encontrar, y allí podré tal vez tener la posibilidad de
completar su historia.
Viernes
La semana ya termina, Alexis tuvo
que salir de emergencia pues finalmente falleció su querido tío y va camino
hacia el norte a los funerales. Yo tenía contemplado regresar esta tarde a mi
casa en la capital, pero he cambiado de parecer, voy a acompañar a unos amigos en
una celebración anticipada del cumpleaños de Rodrigo, un gran amigo que he
hecho en mis viajes por trabajo, así es que giro el volante de mi escarabajo y
lo encamino hacia el sur, después de todo, de eso se trata todo esto, de
acompañarnos, de intentar por todos los medios permanecer unidos, como lo hace
el Perno Rey.
No hay comentarios:
Publicar un comentario