De madrugada me encamino
hacia el aeropuerto. Cuando el taxi dobla por Sierra Bella el conductor, un
hombre mayor, pierde por un segundo el control del vehículo al cabecear de
sueño. Por lo que comienzo a hablarle. Del clima, de las últimas lluvias, hasta
que doy con esa llave que abre las puertas de la nostalgia. Me responde que nació
en la región del Bío-Bío, y el auto ya deja de zigzaguear, y por esa magia que
tiene evocar comenzamos a retroceder en el tiempo.
***
Fuimos 10
hermanos y una sola mujer. Y bueno, había que cocinar bastante para tantos, y
como yo tenía cierta facilidad para cocinar le ayudaba a mi mamá haciendo pan.
En el campo,
donde vivíamos, en la región del Bío-Bío, para los 2 de mayo se celebraba la
Cruz de Mayo, que era una tradición que pasaban por tu casa cantando y tenías
que tenerles alimentos a los vecinos, era como una especie de Hallowein de esos
años.
Pero no me
decidí a estudiar gastronomía, porque de joven me empezó a gustar la refrigeración.
Y así llegué a los 18 años a hacer mi práctica a Santiago, a la CIC, que en esa
época tenía el servicio técnico de los refrigeradores Fensa, Mademsa y otros.
Allí me dediqué
a soldar por cuatro meses, hasta que me suspendieron la práctica.
Pasé de la
soldadura de aluminio, a la de cobre, luego a la de bronce y la de hierro, pero
cuando llegué a la soldadura al arco, la máscara me incomodaba, no era como las
de ahora, me pesaba y me sentía incómodo, así es que no la usaba, me ponía solo
unos lentes. El supervisor de la CIC me sorprendió una vez y me advirtió que
debía usar máscara. A la tercera vez que me descubrió soldando sin ella me suspendieron
la práctica.
Pero lamentablemente
eso no fue lo peor, el daño a mi vista ya me lo había hecho. Y durante los
siguientes veinte años usé lentes oscuros así gruesos, si hasta la luz de una
bicicleta me molestaba.
Con mi práctica suspendida
me volví a la octava región, y en los Ángeles conseguí trabajo en un concesionario
de un casino social que daba comidas y en las tardes se jugaban cartas. Mi
trabajo era la calefacción. Tenía que cargar de leña la chimenea y mantener
cuatro salones con temperatura adecuada.
En las noches, cuando se ponían a jugar póker,
tiraban una ficha a un platito metálico que había en la esquina de la mesa y
esa era mi propina para que les repusiera el brasero que tenían bajo de las
mesas. La ficha luego la cambiaba por dinero.
En el
concesionario me puse a hacer de todo, a principio lavaba ollas, luego copero,
y más tarde ayudante de cocina, barman, cocinero, garzón. Por tres años estuve
ahí ganando experiencia, hasta que me decidí probar suerte nuevamente en
Santiago.
Y llegué al casino
del Círculo Español. Me empezó a ir bien y luego, empecé a administrarlo. En el
verano me fui al balneario Las Rocas de Santo Domingo a otro casino donde
conocí a la que sería mi esposa.
Ella ha sido una
gran compañera. Era alemana y era fantástica para las masas. Así es que
comenzamos a trabajar juntos y nos empezó a ir muy bien, llegamos a tener la
administración de tres concesionarios en distintos clubs de Santiago.
Pero todo se nos
vino abajo con los toques de queda para el golpe militar. Se acabó la vida
nocturna y las salidas a los clubs y
bailes, tuve que declarar la quiebra de los tres locales y pagar a mis
trabajadores la indemnización, y en esa época no había tope de años. Nos
quedamos sin nada.
Empecé a buscar
algún trabajito ocasional, y acá estoy, ya 35 años trabajando de taxista, nos
casamos, tuvimos y criamos a nuestros hijos con este taxi.
Afortunadamente
siempre he tenido buena salud, solo una alergia que me molesta un poco, pero
bueno, espero vivir unos pocos años más aún. Pero sabe, he sido feliz, porque
todo lo he hecho con cariño.
Todavía me soldo
algunas cositas para mí, ya no me preocupan mis ojos, si total tengo 75 años
¿cuánto tiempo me quedará?
***
Vamos llegando
al aeropuerto, y mientras la ciudad sigue a oscuras, pienso que para don
Manuel, la noche se ha convertido en un lugar tranquilo para pasar sus últimos
años.
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